La
gallineta encontró un agujero en el corral.
Por
allí podía escapar,
¡por
fin, la libertad!
Pero
cuando miraba a través del cercado,
no
sabía adonde ir.
En
el norte hacía demasiado frío;
en
el sur, mucho calor.
En
el este, países de leyenda,
en
el oeste, monstruos horripilantes.
Iba
hacia delante y le daba un pánico infernal,
pero
si volvía atrás, encontraba el aburrimiento mortal.
Se
quedó dando vueltas y más vueltas en el gallinero,
sin
saber qué hacer.
Desde
el agujero se veía, lejos, muy lejos,
la
playa y el azul del mar.
Y
su corazón aventurero se preguntaba:
“¿Qué
habrá más allá del mar?”
Pero
cruzar el mar era imposible,
ya
que la gallineta no sabía volar.
Al
fin se atrevió a una cosa:
¡se
atrevió a soñar!
Y
voló para adelante
y
voló para detrás
y
flotaba sin esfuerzo,
y
corría sin parar…
Vio
pájaros, gatos y liebres,
vio
campos, vio rosas, vio amores,
vio
un mundo nuevo
que
la esperaba sin miedo.
Y
descubrió que la vida,
la
de verdad, estaba afuera.
Al
despertar,
sus
patitas la llevaron fuera del corral.
Allí
encontró espigas de trigo,
la
envolvió el perfume de la flor,
y
supo en ese momento
que
daba igual norte que sur,
lo
mismo era este que oeste,
pues
lo único que importaba era andar.