martes, 31 de diciembre de 2013

La conejita Carlota y la ratita Margarita




Erase una vez una conejita que se llamaba Carlota. Era muy blanca y con unas orejas muy largas, y tenía una cola que parecía de algodón. Carlota vivía en un bosque en el país de los cuentos.

En la otra punta del país de los cuentos, en una llanura, vivía una ratita llamada Margarita. Era de color gris, con ojos verdes y una cola muy larga.

Un día, Margarita salió de viaje. Quería dar la vuelta al país de los cuentos. Cuando llegó al bosque en el que vivía Carlota, las dos se asustaron, pues Carlota nunca había tenido visita y Margarita nunca había entrado en un bosque.

Cuando se les pasó el susto estuvieron hablando y se hicieron amigas.

Cuento y dibujo de Paula Pastor García, 10 años

domingo, 29 de diciembre de 2013

Carta de un leopardo a un peletero


Pincha en la carta para leer mejor

Esta es la carta que un leopardo le dictó a mi hija Elena para que se la enviara a un peletero.
¡Hace ya unos años de esto, es del año 2007! Por entonces Elena tenía  once años...

Mientras esperamos la inspiración para un nuevo cuento de animales que llegará en unos días, podéis ir pensando algún cuento vuestro para que pongamos por aquí.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Pikku Poro, el pequeño reno


Pikku-poro significa “pequeño reno” en finlandés.

El reno de Paula, la hija de Rosa


Pikku-poro era un reno pequeñito, pequeñito. Había nacido en primavera y su mami lo llevaba a comer hierba fresca a los mejores prados.
Cuando cayeron las primeras nieves, Mamá reno le contó que su abuelo Glous había tirado del trineo de Papá Noel para repartir los regalos en navidad a todos los niños.
—¡Yo también quiero ser un reno del trineo de Papá Noel! —exclamó Pikku-poro entusiasmado.
—Para eso debes comer mucha hierba durante varios inviernos para crecer y hacerte fuerte. Solo los mejores renos son elegidos por Papá Noel para volar con él.

Pero Pikku-poro no podía esperar, él quería ir ya, esa misma navidad, en el trineo de ese viejo barbudo vestido de rojo. Los renos mayores no dejaban de cuchichear entre ellos que pronto se celebrarían las pruebas en las que Papá Noel elegía cada año a los mejores para su trineo. Pikku-poro decidió presentarse él también, pero no se lo dijo a nadie.

Claro que viendo a todos aquellos renos, diez veces más grandes que él,  pensó que no lo conseguiría, tan pequeñito y delgaducho. Todos aquellos renos eran capaces de tirar de grandes trineos y de correr sin cansarse durante horas y horas.

Como estaba empeñado en ayudar a Papá Noel, no perdió la esperanza. Recordó que su padre decía eso de: “más vale maña que fuerza”. Quizá habría algo que él pudiera hacer que los renos grandes no supieran. Algo con lo que Papá Noel se fijaría en él.

Comenzó a pensar cuáles eran sus habilidades.
Podía cantar bastante bien.
Podía dar saltos y volteretas en el aire.
Pero eso estaba bien para un circo.
Podía entrar en las casas que tienen chimeneas muy pequeñas.
Claro, que para eso ya estaban los duendes y las hadas.

¡Si tuviera una nariz colorada y luminosa, como el gran Rudolf, el que guía el trineo de Papá Noel! 
¿Por qué su padre y su madre no le habían hecho con una nariz brillante? ¿Por qué? ¿Por qué?

Pensando y dándole vueltas a todo esto se había acercado a las casas del pueblo cercano. En el jardín de una de ellas había un árbol de navidad iluminado con luces de colores. Entonces se le ocurrió una idea: ¡Había que iluminar el trineo de Papá Noel con lucecitas! Eso le gustaría a Papá Noel, seguro. ¿Pero cómo? ¡Él ni siquiera tenía cuernos donde colgar las luces…!

Miró las ramas de los árboles desnudos y se dijo ¿por qué no…?
Con la rama de un árbol se hizo unos cuernos, que ató a su cabeza con una cuerda.
Tomó una ristra de luces del árbol de navidad y decoró con ellas sus nuevos cuernos.
Y aquel reno de cuernos artificiales adornados con luces, se dirigió trotando feliz a la explanada donde Papá Noel elegía los renos para su trineo.





* * *

Desde una pequeña aldea de Laponia le llegó a Papá Noel una carta de un niño que decía así:

Querido Papá Noel
Este año no voy a pedirte ningún juguete. Lo que quiero es un reno de tu trineo. Me gustaría volar con él y repartir juguetes a los niños.
Un abrazo,

                  Jouni

Papá Noel suspiró. Aquello era imposible, solo él podía repartir regalos, la magia era así. Cogió un reno de peluche y lo metió en el trineo con los otros regalos, aunque sabía que eso no era lo que Jouni esperaba.
Y con cierto pesar en el corazón, se dirigió a la explanada donde se reunían los renos. Aquella noche debía elegir a los mejores, los que formarían parte de su trineo.


Dibujo de Candela, la hija de Juanlu


* * *

Los renos golpeaban sus cuernos midiendo sus fuerzas. Papá Noel los observaba. Luego comenzaron las pruebas de tiro. Debían arrastrar un trineo cargado de piedras pesadas, pesadísimas. Muchos de ellos podían hacerlo y él debía elegir a los mejores.
¿Pero quién era mejor que otro?
¿El más fuerte?
¿El más hermoso?
¿El que corriendo parece que vuela?

Mientras estaba en esas cavilaciones, llegó Pikku-poro, con esos cuernos en los que se apagaban y encendían luces rojas, verdes, azules y amarillas, iluminando toda la explanada.
Papá Noel lo contempló entre extrañado y divertido. Papá reno, que participaba también en las pruebas, lo contemplaba sorprendido por su atrevimiento.

El pequeño reno se presentó:
—Buenas noches, Papá Noel. Soy Pikku-poro, nieto del gran Glous, que tiró de tu trineo hace muchos años. Yo también quiero formar parte de tu trineo este año y hacer felices a todos los niños.
—Como bien dice tu nombre, Pikku-poro, eres demasiado pequeño para tirar de un trineo. Espera a crecer y entonces te daré oportunidad de formar parte de mi equipo.
—Puedo hacer algo diferente para llevar la alegría a los niños. Mis cuernos iluminarán tu trineo —dijo moviendo los cuernos de ramas secas con sus luces brillantes.

Papá Noel sonrió. No solo eso, también se echó una enorme carcajada, de esas de papa Noel: ¡Jou, jou, jou…! Hacía mucho que no se reía tan a gusto.
— Pikku-poro, no necesito llevar un árbol de navidad en el trineo…
—Si no te gustan las luces, sé cantar bastante bien —insistió Pikku-poro y se puso a cantar:
—¡Navidad, navidad, dulce navidad…!

Papá Noel se reía, encantado por el empeño de aquel jovenzuelo.
Pikku-poro añadió muy nervioso:
—Y también puedo entrar en chimeneas pequeñas por las que tú no quepas. Y también…
—Desde luego, puedes hacer cosas que los grandes no pueden ni soñar hacer. Pero eres demasiado joven —insistió Papá Noel—, debes quedarte con tus padres. Es un viaje peligroso.
—¿Peligroso, yendo contigo? ¡Tu magia me protegerá! ¡Y repartiré regalos a todos los niños!

Aquel Pikku-poro enternecía el corazón de papá Noel. Le recordó al joven Jouni, que también quería ser como él, como Papá Noel. Ambos harían una buena pareja. Volvió a suspirar. Era la segunda vez que lo hacía aquella noche. A veces, los niños y los pequeños renos tenían unos deseos maravillosos que eran difíciles de cumplir.

—Pikku-poro, este año tu padre formará parte del tiro de mi trineo —dijo Papá Noel. Y cuando crezcas, tú también lo harás, te lo prometo. Porque tienes el espíritu auténtico de los renos de mi trineo: tú quieres repartir felicidad a los niños.

Pikku-poro volvió a casa triste y cabizbajo. Papá reno lo acompañaba. Estaba orgulloso de su hijo y trató de animarlo:
—Pikku-poro, Papá Noel siempre cumple su palabra: tú también serás un reno de papá Noel, pero debes esperar.
Pero Pikku-poro no quería esperar.
* * *

En nochebuena, Papá reno se vistió con un nuevo fajín rojo del que colgaban los cascabeles del abuelo Glous. Estaba guapísimo. Cuando Papá reno corría, los casacabeles del abuelo sonaban con la melodía de un villancico. Pikku poro lo miraba enfurruñado, dijo a Mamá reno que tenía sueño y que se iba a dormir.
Por la noche, Papá reno se despidió de Mamá reno con un beso antes de partir.

Pero Pikku-poro no se había ido a dormir. Era muy cabezota: si se había propuesto ir con Papá Noel, iría con él esa misma noche.
Se había marchado antes que su padre a la casa de Papá Noel. Encontró el trineo preparado en la puerta, cargado de juguetes y regalos. Era temprano todavía y nadie andaba por allí. Sin que nadie le viera, Pikku-poro sacó unos cuantos regalos del trineo, se metió en el hueco que había hecho y cubrió su cuerpo de nuevo con los paquetes. Ya estaba preparado para ir con Papá Noel.

Justo a tiempo, porque enseguida fueron llegando los renos. El primero que llegó fue su padre. Pikku-poro lo reconoció sin verlo, porque oyó los cascabeles del abuelo Glous. Aquel villancico en el tintineo de los cascabeles era inconfundible.

Los duendes engancharon a los animales al trineo, Papá Noel, se montó detrás para dirigirlo. Los renos empezaron a correr y salieron volando por el cielo en la noche estrellada del Polo Norte.
Al cabo de un rato, Pikku-poro empezó a sentirse muy agobiado ahí debajo, aplastado por tanto paquete. Además, el pelo de un peluche de reno se le metía en la nariz, haciéndole cosquillas. Sin poder aguantar más, estornudó: ¡Aaa-chís! ¡achís! ¡achís! Papá Noel tenía muy buen oído y enseguida lo oyó.
—¿Qué es eso? —se preguntó.
No recordaba que entre los juguetes hubiera muñecas que estornudaran. Intrigado, detuvo un instante el trineo y a los renos en el aire, como estatuas congeladas. Empezó a levantar paquetes y juguetes, hasta que encontró a Pikku-poro.
—¿Pero qué haces tú aquí? —preguntó bastante irritado.
—No te enfades conmigo, Papá Noel —dijo con una vocecilla temerosa Pikku-poro—, yo solo quiero ayudarte esta noche.
Papá Noel volvió a suspirar. Se preguntaba: “¿Y ahora qué hago yo con este pequeño incordio?”.

Pero entonces se acordó de nuevo de Jouni y su deseo de tener un reno para repartir regalos y se le ocurrió una idea para hacer realidad los sueños del niño y del pequeño reno.
—Está bien, Pikku-poro. ¿Sabes cuál es el primer paso para hacer felices a todos los niños?
—No —contestó Pikku-poro.
—El primer paso es hacer feliz a un solo niño. Depués de uno, harás felices a muchos más. Vas a tirar de un trineo, de un pequeño trineo a tu medida.

* * *
En casa del pequeño Jouni, Papá Noel dejó un disfraz de Papá Noel. Allí también dejó a Pikku-poro. Le puso un bonito lazo rojo en el cuello y le dijo:
—Pikku-poro, este niño desea ser Papá Noel y tú vas a ser el reno de su trineo. Llevarás a Jouni por el pueblo a repartir entre los niños este saco lleno de chuches.
Pikku-poro no podía estar más contento. ¡Iba a ser reno de Papá Noel, y tiraría de un trineo, él solo!

Papá reno se despidió de Pikku-poro:
—Sé que lo harás muy bien, porque tienes dentro de ti el espíritu de la navidad.
—Sí, papá.
—Quiero que lleves esto —añadió Papá reno arrancando de su faja roja un cascabel—. Tú también mereces un cascabel del abuelo— dijo y se lo colgó en la cinta roja de su cuello.

Por la mañana, Jouni encontró también esta carta junto a Pikku-poro:

Querido Jouni:
Entrena muy bien a Pikku-poro durante el día de Navidad, que corra a todas las casas de tu pueblo repartiendo todas las chuches de este saco. Porque si lo hace bien, cuando sea mayor, volará conmigo en Nochebuena a llevar la alegría a muchos niños como tú.

Un abrazo,
                        Papá Noel



Jouni casi no podía creerlo: ¡iba a ser Papá Noel el día de Navidad!


 Pikku-poro y Jouni pasaron la mañana de Navidad en el trineo y llevaron a todos los niños del pueblo montones de caramelos, chocolates y chucherías. Y la felicidad de los amigos de Juoni, llenó el corazón de Pikku-poro.

sábado, 14 de diciembre de 2013

El unicornio de la tía Ada

Por las noches, mamá le contaba a Marta el cuento de los unicornios. Los unicornios vivían en un bosque mágico y cabalgaban por las noches con su cuerno brillante iluminando su camino. Eran de colores luminosos y suaves, parecían estar pintados con rayos de luna. Lo que más deseaba Marta era tener un unicornio y cabalgar rápido, muy rápido, hacia el corazón de la noche.
El día en que cumplió siete años, la tía Ada le regaló un caballito balancín. Marta frunció el ceño y torció el morro, y para terminar de mostrar claramente su disgusto exclamó:
—¡Pero tía Ada, si lo que yo quiero es un unicornio!




—¿Un unicornio? Pero eso es un caballo mágico —replicó la tía Ada. Luego se quedó un momento pensativa y añadió: —Veremos qué podemos hacer… —y con esas palabras dejó en el aire la posibilidad de conseguir de alguna manera el unicornio soñado. La tía Ada era un hada sin hache, así que un poco de magia se escondía en sus ojos negros.

Después de que la familia cantó el cumpleaños feliz y Marta sopló todas las velas de la tarta, la tía Ada comenzó la transformación del caballito. Tomó las siete velas y, derritiendo cera de una a otra, las pegó hasta formar un bastón delgado y larguirucho. Derritió otro poco de cera en la frente del caballito y pegó el bastón de velas sobre él.
Por último, encendió la vela de arriba y las velitas azules, rojas, verdes, lanzaron destellos por la habitación de Marta.

—Casi parece un unicornio de verdad —exclamó Marta feliz sobre su caballo. 
Fue entonces cuando la tía Ada le dijo:
—No creas que he terminado, ahora nos falta la mano de la luna.
—¿La mano de la luna? —preguntó intrigada la niña.
—Sí, los caballos tocados por rayos de luna llena, se convierten en unicornios.
Marta se asomó corriendo al balcón.
—Pero hoy no hay luna llena…
La tía Ada acercó el caballito balancín al balcón mientras le decía:
—Está en creciente, y dentro de siete noches será luna llena. Cada noche debes encender una vela y cabalgar en tu caballo a la luz de la luna, hasta que se consuma su cera. La noche siguiente, enciendes otra vela y así una tras otra, hasta la séptima noche. Cuando la última vela se consuma, un rayo de luna llena tocará la frente del caballito y se convertirá en unicornio.
Marta miró primero el cuerno de su caballito, iluminado por la vela, luego miró los ojos negros de tía Ada y por último, alzó su vista hacia la luna. Cabalgó sobre su caballo balancín y se quedó dormida, musitando a la luna su deseo de convertir aquel caballito en un unicornio.

* * *

Cada noche, mamá encendía una vela.
Cada noche, el cuerno postizo del caballo balancín se iluminaba con la llama de esa vela.
Cada noche, un rayo de luna tocaba el cuerno de su caballo.
Cada noche, Marta, balanceándose y balanceándose, adelante-atrás, atrás-adelante, se dormía antes de que la vela se apagara. Después, mamá la llevaba a su cama y la arropaba. Entonces empezaban los sueños.

* * *

La primera noche, Marta soñó que la luna llovía sonrisas de media luna. Y cuando caían hacia Marta y el caballito, se abrían en ellas los ojos negros de tía Ada, que sonreían más que la luna.

La segunda noche, soñó que el caballo hablaba: “Luna, quiero ser un unicornio”. Y la luna engordó su sonrisa y le contestó: “Ten paciencia y lo conseguirás”.

La tercera noche soñó que el caballo cabalgaba tan rápido que se escapaba del balancín y la llevaba trotando por un bosque. La luna los seguía, saltando como un duendecillo loco sobre los árboles. Y la luna era ya un poco más gorda, más gorda.

La cuarta noche soñó que el caballo y ella volaban hasta la luna. La luna les acunó en su balancín mientras cantaba: “Tened paciencia, es pronto todavía”. La luna se iba ya redondeando, redondeando.

La quinta noche soñó que las nubes querían esconder la luna. Pero Marta sopló muy fuerte, y el caballo relinchó y resopló y una luna más gordita apareció. Dijo la luna: “Aquí estoy, ya faltan solo dos noches”.

La sexta noche soñó que el pequeño cuerno postizo  del caballo brillaba con una luz azul, luego rosada, luego verde. Las luces de colores les rodeaban. Y la luna, que le faltaba solo un cachito para estar completamente llena, le dijo al caballito: “Ya casi estás preparado”

La séptima noche, Marta no se quedó dormida. Estaba muy despierta cuando la última vela se apagó. En ese momento, Marta miró a la luna, gorda y redonda como una pelota y la vio acercarse a ellos, tuvo que cerrar los ojos de tanta luz.
Cuando los abrió, un rayo de luna acariciaba el pegotón de cera derretida sobre la frente del caballo.
Vio cómo crecía ese montón de cera. Y la cera se convirtió en un cuerno plateado por la luna.
Escuchó el relincho contento de su caballo: ¡Jiiiiiiijiiii…!
Y cuando se inclinó hacia delante para balancearse con más fuerza, el caballo y Marta salieron volando. La luna les dijo: “Hoy es la noche de los unicornios hijos de la luna. Aprovechadla bien porque esta noche es única. Mañana volverás a ser un caballito”.


Toda aquella noche la pasaron Marta y el unicornio cabalgando por los bosques iluminados por la luna. El cuerno del unicornio brillaba con muchos colores. También volaron entre las estrellas y la luna. Por último, descendieron con el astro blanco a bañarse en los lagos de las montañas.

* * *

Cuando el domingo llegó la tía Ada a casa, vio a Marta tan contenta que le preguntó:
—¿Y el unicornio?
Marta llevó a su tía de la mano a su habitación. Allí estaba su caballo balancín con el pegotón de cera derretido sobre su frente. Marta le explicó entonces a la tía Ada:

—Los unicornios de la luna solo duran una noche, tía. Pero fue una noche tan hermosa que no la olvidaremos nunca.

* * *
Para mi hermana Ada

viernes, 13 de diciembre de 2013

El gallo Piqui


Dibujo de Daniel, cuando tenía 5 años 

El gallo Piqui viajó a América para conocerla. Un día, mientras paseaba feliz por la granja, un hombre lo quiso matar. Piqui le dio entonces una patada tan fuerte  que lo mandó a África. Allí hacía tanto calor que el hombre solo quería beber agua. Pero no había agua.


Cuento de Daniel, hijo de Sara Lew, 6 años.

* * *

Daniel inaugura la sección de vuestros cuentos con este gallo peleón. Animaos a enviarnos uno vosotros también

sábado, 7 de diciembre de 2013

Yo quería una hucha cerdito




I

El lobo los está mirando y yo no sé por qué.
Bueno, sí sé por qué. Se le hace la boca agua. Y nunca ha visto unos cerdos volando.
En realidad yo quería una hucha de cerdito.
Pero no tenía dinero para comprar una hucha.
Se supone que una hucha sirve para ahorrar monedas.
Pero si no tienes dinero, no puedes comprar una hucha para ahorrar dinero para comprar una hucha.
Mi tía me oyó algo de que quería un cerdito y me regaló tres globos rosas.
Son del mismo color que los cerditos —me dijo.
Ella tampoco tiene mucho dinero. Creo que tampoco tiene hucha.
Como vio que me quedaba un poco mustia, pintó ojos, orejas, morro y boca a los globos.
Mi tía es una artista.

Ahora prefiero los globos cerditos a tener una hucha cerdito.
Porque voy a salir volando con ellos.
Y dejaremos al lobo con un palmo de narices.

II

Desde aquí arriba veo al lobo. Sigue mirándonos.
Pobre lobo, nunca le sale nada bien.
Quizá cuando tenga dinero le regalaré al lobo una hucha de cerdito.
Se lo advertiré antes:
—No la puedes morder porque es una hucha. Si la muerdes, te romperás un colmillo.
Con la hucha, podrás ahorrar para comprarte un cerdito de verdad y comértelo.

Lo he pensado mejor, voy a regalarle al lobo un globo cerdito.
Le advertiré antes:
—No lo puedes morder porque es un globo. Si lo muerdes hará ¡PUM! Y te darás un susto. Si lo coges de la mano, saldrás volando, como yo.

Yo creo que el globo cerdito le gustará más al lobo, como a mí.