sábado, 22 de febrero de 2014

Serafín el delfín




Serafín era un delfín del océano Atlántico que todos los años pasaba por el estrecho de Gibraltar al mar Mediterráneo.
Pero de repente, al pasar por las islas Baleares se desató una tormenta color marengo con las intenciones de crear el caos. Relámpagos cayeron por el mar, se crearon sifones submarinos y remolinos que conducían al centro de la tierra. Serafín estaba muy asustado y se dijo a sí mismo:
—Hoy no es mi día.
Y apretó los dientes yendo a contracorriente para ponerse a salvo. Al día siguiente, Serafín estaba a salvo en una isla pero su cola se había quedado sangrando pero por suerte por allí cerca vivía un niño y el niño pidió socorro, le vendaron y luego se lo agradeció saltando y haciendo giros en el agua y en el aire.
Al día siguiente volvió con su familia y les dijo que se iban de viaje al Polo Norte.





Cuento y dibujo de Pablo Vindel Acedo (10 años), alumno de Miguel Angel Page.

domingo, 16 de febrero de 2014

Gato con guantes



Frido era un gato muy fino,
distinguido y señorial,
la elegancia de un minino,
lindo como una postal.

Las uñas quería tener
afiladas a más no poder.
Arañaba y arañaba
la madera en su rincón.
Y que no se estropearan,
era su gran preocupación.

Al ser tan elegante
él siempre usaba guantes.

Guantes blancos por el día
cuando salía a pasear,
guantes negros por la noche,
si con la luna iba a bailar.

Usaba guantes de goma
para fregar la vajilla.
Usaba guantes de seda
para limpiar su mejilla.

Con las patitas enguantadas,
protegidas, bien mimadas,
saltaba sin hacer ruido,
muy valiente y decidido.

Solo una cosa no podía
hacer con guantes jamás;
todo el mundo lo sabía
y él lo sabía aún más...

Pero un día se olvidó
y los guantes no se quitó.
Un ratón vio pasar
y se lanzó a cazar.

Sus patas resbalaron
sobre la piel del ratón,
los guantes se rasgaron
sin conseguir ni un mechón

Porque gato con guantes
no caza...
¡No caza ni un melón!


domingo, 9 de febrero de 2014

El pez que quería volar como las mariposas

Donde hay un sueño, hay un camino.
Proverbio africano




Había una vez un pequeño pez que quería volar como las mariposas. Cada vez que ellas revoloteaban sobre el estanque, se las quedaba mirando embobado. Soñaba con extender sus aletas y elevarse con ellas por el cielo hasta alcanzar las nubes. Pero aunque saltaba sobre el agua y agitaba desesperadamente sus aletas, volvía a caer al agua.




Un día, una mariposa estaba sorbiendo agua con su espiritrompa en la arena húmeda junto a la orilla. El pez se acercó a ella y le preguntó:
—Mariposa, ¿puedes decirme cuál es el secreto para volar?
La mariposa lo miró extrañada y contestó:
—No es ningún secreto. Todas las mariposas saben como hacerlo: agitamos las alas suavemente y volamos sin pensar.
—Pero yo soy un pez y solo tengo estas aletas. ¿Cómo puedo volar yo?
La mariposa se rió con unas carcajadas chiquititas y punzantes como gotitas de lluvia helada y exclamó:
—¡Un pez no puede volar!
El pez se puso triste, pensó que la mariposa se burlaba de él por no saber volar. Se dio media vuelta, y ya se iba a marchar cuando la mariposa le dijo:
—¡Espera, pez! ¡No quería enfadarte! Muchas veces te veo en el estanque y me digo: ¡Ojalá pudiera nadar como ese pez!
—¡Deja de tomarme el pelo! —respondió ofendido el pez.
—Es cierto, pez. Las mariposas, solo podemos vivir en el aire. El agua es un paraíso prohibido para nosotras. Es maravilloso ver cómo tú te deslizas con suavidad en el agua, y das saltos fuera de ella, y luego vuelves a zambullirte de cabeza.

—Ven conmigo, yo te llevaré al fondo del estanque. Pero te aseguro que no es nada interesante…
—¿Que no es interesante? —replicó la mariposa—. Cómo me gustaría sumergirme en el estanque y sentir el agua acariciando mi cuerpo y ver a tus otros hermanos peces de colores tan hermosos y correr bajo ella como un torpedo… Pero si me meto en el agua, mis alas se empaparán, mis traqueas se llenarán de agua y me ahogaré. Yo no puedo nadar y tú no puedes volar, querido amigo.
Los dos se quedaron callados, pensativos.
—Quizá con la ayuda de unas cuantas amigas pueda ayudarte… —exclamó de repente la mariposa.
Y salió volando, tan alegre como siempre en busca de más mariposas.
Regresó con un montón de amigas que llevaban una red en sus patas.
—¡Te vamos a llevar entre todas a dar un paseo volador! —exclamó la mariposa.
Hicieron saltar al pez dentro de la red, cuando ya lo tenían dentro, y bien sujeto le dijo:
—¿Estás preparado?
—Sí —dijo el pez—. Pero como yo no puedo respirar fuera del agua, cuando ya no pueda aguantar más la respiración moveré la cola y me soltáis al agua, ¿vale?
—De acuerdo, pez. Coge mucho aire. ¡Una, dos y… tres!
Las mariposas cogieron los extremos de la red, batieron sus alas a la vez y se elevaron despacio, portando al pez sobre el estanque. El pez se sintió ligero, volaba como por arte de magia. Era tan hermoso verlo todo desde lo alto: el estanque con sus hermosas flores de loto y las ramas de los árboles y sus hojas, y las flores de la orilla… Las cosas se alejaban y se veían más pequeñas al elevarse. Y todo tenía un color diferente visto desde fuera del agua. Y miró hacia arriba y contempló las nubes, que todavía estaban lejos.
—Nosotras tampoco podemos tocar las nubes, ¿eh? —le dijo la mariposa guiñándole un ojo.
Fue un paseo muy breve, porque enseguida le faltó el aire, y empezó a colear agitado. Las mariposas soltaron las puntas de la red y el pez se zambulló de cabeza al agua.
Regresó a su hogar, fresco y seguro, tan contento que les agradeció entusiasmado:
—¡Gracias, mariposas, por ayudarme a conocer la maravillosa experiencia de volar!
Las mariposas, aunque cansadas por el esfuerzo, se reían al verlo feliz.

* * *

La mariposa venía a ver al pez todas las tardes y le pedía que le contara cosas del fondo del estanque. A partir de entonces, el pez empezó a fijarse bien en los seres y objetos que lo rodeaban para hablarle de ellos a la mariposa. Y se dio cuenta de que era un mundo muy hermoso. Como lo veía todos los días, no había sabido apreciarlo hasta entonces. Deseaba que la mariposa pudiera conocer también su mundo acuático como él había conocido el suyo del aire. Pero dentro del agua la mariposa moriría, así que solo podía contarle cómo era la vida en el estanque.
Al cabo de unos días el pez encontró una botella en la orilla. Era completamente transparente y enseguida una idea se iluminó en su cabeza. Cuando vino la mariposa, le dijo que con esa botella podría llevarla a dar un paseo subacuático.
La mariposa aceptó la idea encantada. Metieron unas cuantas piedras en la botella, para que no flotara. La mariposa se introdujo dentro de la botella, el pez cerró bien el tapón y la metió dentro del agua. El pez empujó la botella y la llevó por todo el fondo del estanque. La mariposa descubrió allí a los renacuajos regordetes, los tallos enredosos de las hojas del loto, los rayos del sol que traspasaban el agua iluminando las algas, esa luz difuminada que creaba un mundo de fantasía. Dentro de la botella admiró el color brillante de las piedras mojadas, los alegres peces payaso, los cangrejos de río, y las tortugas que nadan en el agua mucho más elegantemente que cuando andan por la tierra. Miraba todo aquello encantada.
Cuando llegó la noche, el pez empujó la botella fuera del agua y abrió el tapón. La mariposa revoloteó emocionada a su alrededor.
—Ha sido maravilloso conocer tu mundo, pez, muchas gracias. Nunca olvidaré esta tarde en el estanque.
—Lo mismo que yo nunca olvidaré mi paseo volador —contestó el pez.