Había una vez un
pequeño pez que quería volar como las mariposas. Cada vez que ellas revoloteaban
sobre el estanque, se las quedaba mirando embobado. Soñaba con extender sus
aletas y elevarse con ellas por el cielo hasta alcanzar las nubes. Pero aunque
saltaba sobre el agua y agitaba desesperadamente sus aletas, volvía a caer al
agua.
Un día, una
mariposa estaba sorbiendo agua con su espiritrompa en la arena húmeda junto a
la orilla. El pez se acercó a ella y le preguntó:
—Mariposa,
¿puedes decirme cuál es el secreto para volar?
La mariposa lo
miró extrañada y contestó:
—No es ningún
secreto. Todas las mariposas saben como hacerlo: agitamos las alas suavemente y
volamos sin pensar.
—Pero yo soy un
pez y solo tengo estas aletas. ¿Cómo puedo volar yo?
La mariposa se
rió con unas carcajadas chiquititas y punzantes como gotitas de lluvia helada y
exclamó:
—¡Un pez no
puede volar!
El pez se puso
triste, pensó que la mariposa se burlaba de él por no saber volar. Se dio media
vuelta, y ya se iba a marchar cuando la mariposa le dijo:
—¡Espera, pez!
¡No quería enfadarte! Muchas veces te veo en el estanque y me digo: ¡Ojalá
pudiera nadar como ese pez!
—¡Deja de
tomarme el pelo! —respondió ofendido el pez.
—Es cierto, pez.
Las mariposas, solo podemos vivir en el aire. El agua es un paraíso prohibido
para nosotras. Es maravilloso ver cómo tú te deslizas con suavidad en el agua,
y das saltos fuera de ella, y luego vuelves a zambullirte de cabeza.
—Ven conmigo, yo
te llevaré al fondo del estanque. Pero te aseguro que no es nada interesante…
—¿Que no es
interesante? —replicó la mariposa—. Cómo me gustaría sumergirme en el estanque
y sentir el agua acariciando mi cuerpo y ver a tus otros hermanos peces de
colores tan hermosos y correr bajo ella como un torpedo… Pero si me meto en el
agua, mis alas se empaparán, mis traqueas se llenarán de agua y me ahogaré. Yo
no puedo nadar y tú no puedes volar, querido amigo.
Los dos se
quedaron callados, pensativos.
—Quizá con la
ayuda de unas cuantas amigas pueda ayudarte… —exclamó de repente la mariposa.
Y salió volando,
tan alegre como siempre en busca de más mariposas.
Regresó con un
montón de amigas que llevaban una red en sus patas.
—¡Te vamos a
llevar entre todas a dar un paseo volador! —exclamó la mariposa.
Hicieron saltar
al pez dentro de la red, cuando ya lo tenían dentro, y bien sujeto le dijo:
—¿Estás preparado?
—Sí —dijo el
pez—. Pero como yo no puedo respirar fuera del agua, cuando ya no pueda
aguantar más la respiración moveré la cola y me soltáis al agua, ¿vale?
—De acuerdo, pez.
Coge mucho aire. ¡Una, dos y… tres!
Las mariposas
cogieron los extremos de la red, batieron sus alas a la vez y se elevaron
despacio, portando al pez sobre el estanque. El pez se sintió ligero, volaba
como por arte de magia. Era tan hermoso verlo todo desde lo alto: el estanque
con sus hermosas flores de loto y las ramas de los árboles y sus hojas, y las
flores de la orilla… Las cosas se alejaban y se veían más pequeñas al elevarse.
Y todo tenía un color diferente visto desde fuera del agua. Y miró hacia arriba
y contempló las nubes, que todavía estaban lejos.
—Nosotras
tampoco podemos tocar las nubes, ¿eh? —le dijo la mariposa guiñándole un ojo.
Fue un paseo muy
breve, porque enseguida le faltó el aire, y empezó a colear agitado. Las
mariposas soltaron las puntas de la red y el pez se zambulló de cabeza al agua.
Regresó a su
hogar, fresco y seguro, tan contento que les agradeció entusiasmado:
—¡Gracias,
mariposas, por ayudarme a conocer la maravillosa experiencia de volar!
Las mariposas,
aunque cansadas por el esfuerzo, se reían al verlo feliz.
* * *
La mariposa
venía a ver al pez todas las tardes y le pedía que le contara cosas del fondo del
estanque. A partir de entonces, el pez empezó a fijarse bien en los seres y objetos que lo rodeaban
para hablarle de ellos a la mariposa. Y se dio cuenta de que era un mundo muy
hermoso. Como lo veía todos los días, no había sabido apreciarlo hasta
entonces. Deseaba que la mariposa pudiera conocer también su mundo acuático como
él había conocido el suyo del aire. Pero dentro del agua la mariposa moriría,
así que solo podía contarle cómo era la vida en el estanque.
Al cabo de unos
días el pez encontró una botella en la orilla. Era completamente transparente y
enseguida una idea se iluminó en su cabeza. Cuando vino la mariposa, le dijo
que con esa botella podría llevarla a dar un paseo subacuático.
La mariposa
aceptó la idea encantada. Metieron unas cuantas piedras en la botella, para que
no flotara. La mariposa se introdujo dentro de la botella, el pez cerró bien el
tapón y la metió dentro del agua. El pez empujó la botella y la llevó por todo
el fondo del estanque. La mariposa descubrió allí a los renacuajos regordetes,
los tallos enredosos de las hojas del loto, los rayos del sol que traspasaban
el agua iluminando las algas, esa luz difuminada que creaba un mundo de
fantasía. Dentro de la botella admiró el color brillante de las piedras
mojadas, los alegres peces payaso, los cangrejos de río, y las tortugas que
nadan en el agua mucho más elegantemente que cuando andan por la tierra. Miraba
todo aquello encantada.
Cuando llegó la
noche, el pez empujó la botella fuera del agua y abrió el tapón. La mariposa
revoloteó emocionada a su alrededor.
—Ha sido
maravilloso conocer tu mundo, pez, muchas gracias. Nunca olvidaré esta tarde en
el estanque.
—Lo mismo que yo
nunca olvidaré mi paseo volador —contestó el pez.